Hay ciertas
personas que a medida que va aumentando su volumen físico, en la misma
proporción va creciendo su despotismo y prepotencia machista y menguando su
vergüenza, su ética y su honestidad. Son el paradigma del abuso, de la mentira,
del trile y de la trampa.
Gustan de
protagonismo, de relevancia, son locuaces, verborreicos, buscan auditorio (cuanto
menos ilustrado, mejor) que escuche sus monólogos sin interrumpirles. Su pedorreta
verbal cierra la boca de los demás. Preparan discursos, llevan escritos guiones
para no perderse en el inmenso piélago de su desbarrar. Se escuchan a si mismos
con fruición. Mienten como respiran, tergiversan, alteran, amañan; el caso es
convencer. Desconocen que por mucho que engañen, la falsedad y el embuste tienen
las patas cortas, pero lo mismo da. La ventaja es instantánea. La finalidad es
organizar antagonismo para mal disponer. A río revuelto, ganancia de
pescadores.
Engañan a los
inocentes ignorantes haciéndoles creer que si ellos deciden algo y el auditorio
lo aprueba, eso va a misa y es la pura verdad. Lo negro es blanco porque lo dicen
ellos y porque los demás están de acuerdo. Punto. Saben más que nadie y las
sentencias las dictan ellos, no los jueces. Y si luego es todo falso, lo mismo
da, ellos ya han pillado lo suyo.
Se dan besos a
si mismos y si les aplauden… ¡Eso ya es tremendo!, las posaderas se les hacen
calderilla.
Yo les llamo los
bacas, con falta de ortografía.
Por desgracia en
este país hay muchos, así nos va.
Ellos son
muuuuuuuuu listos y los demás muuuuuuuuuuuu tontos.